No se trata de negar las evidencias del tiempo en la piel, sino de dejar de basar en la edad la interpretación de nuestra identidad y existencia.
Si en nuestra época las categorías de género o raza han saltado por los aires, como trajes que nos venían estrechos, la edad continúa ahí, dictando esquemas de comportamiento, prediciéndonos: “Está en plena adolescencia”, “tiene la crisis de los cuarenta”, “ya no tiene edad para eso”, se oye por todas partes, como si todavía nos costase someter a crítica una clasificación que, como el género o la raza, parece ajustarse a lo biológico, pero, en realidad, es un mecanismo social que pretende imprimir determinadas formas de obediencia.
Teresa Moure analiza el fenómeno del edadismo y las edadofobias, mostrando que, sin limitarse a la vejez, como comúnmente se ha hecho, detrás de etiquetas aparentemente inocuas se esconde una forma de control y discriminación ejercida sobre todas las franjas de la vida.
Pone así al descubierto las endiabladas metáforas, prejuicios y estereotipos que sustentan la edad como aspecto primordial para interpretar nuestra existencia e identidad, al mismo tiempo que reflexiona sobre las desviaciones a este imaginario. Como sostiene Moure, no se trata de “negar las evidencias del tiempo en la piel, sino de abandonar el hábito de construir, a partir de ellas, unas etapas bien definidas, de romper los estadios de larva, crisálida y mariposa”.